viernes, 20 de octubre de 2006

El día que todo cambió

Hoy es el día del cáncer de mama. Y se me ha ocurrido contaros algo que no sabéis, más que nada porque ya no le echo mucha cuenta. Y es que yo tuve uno hace un par de añitos.

El mío fue de los fáciles, de buena curación. Tanto es así que mi médico que dice siempre que no lo llame cáncer, sino enfermedad de Hodkin. Pero recibí quimio y radioterapia, así que sufrí los inconvenientes de tener uno.

Cuando tenía 20 años cogí una depresión. O al menos, eso me dijeron que era. Hacía unos meses lo había dejado con mi primer novio serio, con el que estuve 3 años. Pero, personalmente, para mí fue un alivio y es que al final se trataba de ver quien le hacía más daño al otro(y siempre perdía yo).

Así que cuando decía que no me encontraba bien pero que no era por haber roto con mi novio, la gente me miraba como si no quisiera aceptarlo. Existe un principio en psicología: un paciente nunca viene por el motivo que dice que viene. El motivo real es más difícil de aceptar. Y, en el caso remoto de que el motivo real sea el que te dijo al principio, tenemos soluciones para todo: se trata de un caso raro de excelente introspección. No voy a decir mi opinión al respecto porque me parece que sería echar piedras a mi futura profesión… pero ya os la podéis imaginar.

La cuestión es que durante un año estuve en tratamiento psicológico. Una vez a la semana iba a un consultorio donde siempre llegábamos a la conclusión que la culpa de todo la tenía mi madre. Lo siento, mamá, fue una época muy difícil para las dos.

Deje el psicólogo, porque no podía permitírmelo y cada vez estaba peor. Y me dedique a vivir lo mejor que sabía. Ningún trabajo me duraba mas de unos meses (eso siendo muy optimista, lo normal eran pocas semanas). Cada vez estaba de peor humor. Estaba muy flojita, solo tenía ánimos para salir con mis amigos, aunque ya desde la primera hora tuviera que sentarme porque apenas me aguantaba. Y, lo peor de todo, lo que me acompañó durante tres años, fue un picor convulsivo por todo el cuerpo. Me rascaba sin darme cuenta, durmiendo, me hacía sangre, que quedaba sin cejas de rascarme y frotarme la cara. Mis sábanas se cambiaban cada día porque siempre amanecían como si tuvieran el sarampión.

Pasaron tres años enteritos. Diferentes médicos me dijeron que era una persona autodestructiva, que tenia la piel atópica (especialmente sensible). Cuando me adelgacé 30 kilos en dos meses, llegaron a la conclusión de que estaba malnutrida, anoréxica o bulímica. Cuando comencé a toser como si fumara desde los tres años, que algo me debía meter. Cuando llegué a un punto en que tenia que dormir sentada porque me ahogaba tumbada, que lo mío era ansiedad. Pase por muchos médicos, muchos días en urgencias, cada vez menos hambre, cada vez más cansada…

Llegué a un punto en que tardaba 15 minutos para vestirme. En que levantarme de la cama era una hazaña. Me quedaba dormida en clase, tenía unas ojeras impresionantes… Y una semana comencé a vomitar a diario. Fui tres días seguidos a urgencias, leían mi historial y llegaban a la conclusión que todos. Depresión, autodestructiva, problemática. El tercer día, mi madre me amenazó con llamar a una ambulancia si no iba voluntariamente al hospital.

Tuve suerte. Di con un médico que tenía un buen día. Escuchó la tos y me hizo una radiografía.

Tenía un linfoma de Hodkin, habitual entre la gente joven y de fácil curación. El mío afectaba a los ganglios que hay entre los pulmones y había alcanzado el tamaño de una cabeza de bebe. Me oprimía los pulmones, los bronquios. Se me había extendido a los que tenemos en la clavícula.

Cuando tardan tanto tiempo en detectar un cáncer tienes que plantearte seriamente si no será demasiado tarde. ¿Y si se ha extendido? La metástasis es una posibilidad a tener muy en cuenta. Y, aunque se puede curar, implica cosas más serias como leucemias.

No fue el caso. Tenía “solo” un linfoma de Hodkin, así que con 6 meses de quimioterapia y 1 mes de radioterapia estaba limpia. Calva, cansada, con fobia a las agujas, con muchos menos amigos… pero limpia.

Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Durante la enfermedad conocí a Marc por Internet. Me habían puesto Internet porque siempre estaba en casa, para que estuviera entretenida. Durante dos años fuimos amigos, nos contábamos las cosas, nos reíamos juntos… Y, cuando ya estuve bien (y volvía a tener pelo), y él volvió de EUA, donde estuvo por el doctorado, quedamos. Nos gustamos. Y de ahí, hasta hoy, es historia.

Y es que de todo lo malo tienes que sacar algo positivo. Y Marc es lo más positivo de esta historia…

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