De las cosas que guardo con más cariño de mi adolescencia destacan mis diarios. Y digo diarios, en plural, porque llené varias libretas desde aproximadamente los 13 años. Sobre todo escribía de chicos, pero de vez en cuando se colaba algún libro que había leido (como "El diario de Ana Frank ") o algún suceso que me chocara (como las torres gemelas).
Así que hasta los ventitantos me dediqué a escribir, cada vez menos influenciada por las hormonas y, por lo tanto, cada vez menos de los chicos y más de la vida y demás. Pero no nos engañemos, sin las hormonas, la escritura se hace menos pasional. Quizás más coherente y menos avergonzante al releer, pero menos divertido. Así que las épocas menos hormonales, son las que menos frecuencia de escritos tenían. A lo mejor me pasaba tres meses sin nada que decir (como ahora, con el blog, que me he pasado tres meses sin escribir nada y lo último es la chorrada de "Oda a la luna"). Y entonces volvía disculpándome a ese ser imaginario al que escribía, pidiéndole comprensión y explicándole con todo tipo de detalle lo que me devolvía a sus páginas.
Hoy vuelvo al blog y lo que quiero contar no puedo hacerlo.
Pero vuelvo.
Para darle las gracias a ese ser imaginario que me aguanta las desbarradas.
jueves, 14 de febrero de 2008
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